Le Petit Ventura

Este es un espacio en el que escribo lo que quiero. Me lavo con un trapo atado en un palo.

Tuesday, August 15, 2006

Shackleton

Al igual que hay personas que han convertido su existencia en un profundo fracaso general a pesar de haber logrado muchos éxitos parciales (el caso más representativo que me viene a la cabeza es el de Esperanza Aguirre), también hay otras que aún habiendo encadenado derrota tras derrota han conseguido dignamente que su vida haya pasado a la historia como un modelo de heroicidad y fuerza de voluntad.
Éste es el caso de Sir Ernest Shackleton.
Este hombre fue uno de los exploradores del Polo Sur de comienzos del siglo XX pero jamás consiguió su sueño de atravesar la antártida. En lugar de esto sufrió un naufragio y protagonizó una de las mayores luchas por la supervivencia que se recuerdan.
Shackleton partió de la Argentina. Desde Buenos Aires (supongo) y tras preguntar en los barrios de marineros más sórdidos de la ciudad: "E'te...tenés merca?" y escuchar por respuesta un"¿Qué decís pelotudo?¿Merca? ¿te referís a cocaína, farlopa, polvillo de los andes?, ¡no me seás boludo! por aquí no queda nada de Blanca, sin embargo si deseás tengo por aquí un par de minas con las que podrás coger toda la noche" decidió emprender la aventura de la odisea antártica sin drogas y sin sexo (pasando de enfermedades venéreas y de sus consiguientes picores) pero con muchos perros de esos que tiran de los trineos.
Su embarcación, el Endurance, izó velas y se puso rumbo al sur, hacia la tierra del hielo perpetuo.
Tras muchos días de navegación y a solo unas pocas millas de llegar al continente helado, la capa de agua congelada sobre la superficie del mar se cerró de tal forma que ya no les permitía avanzar a Sheckleton y a su tripulación ni siquiera con el rompehielos de proa. Su barco quedó aprisionado en un desierto helado sin la posibilidad de avanzar en trineo por la fragilidad del suelo que pisaban y por el hecho de que necesitaban llevar el barco hasta tierra firme (de otra forma, al volver podrían haberse encontrado con que la nave estaba a la deriva y que no tenían maldita forma de escapar de allí).
Pasaron tres o cuatro meses y la fuerza del hielo partió el barco como una nuez (cuando la nuez se parte me refiero, no cuando está tan tranquila encima de la mesa) y lo hundió.
Incomunicados como estaban, ya que los móviles, por aquella época, en plena primera guerra mundial, no iban demasiado bien, que además en el polo sur la cobertura como que iba regulín regulán y que encima shackleton se había quedado sin saldo, decidieron que lo mejor sería probar suerte con los botes de madera que consiguieron salvar del naufragio del Endurance e intentar la travesía hasta la isla elefante, el punto más cercano de tierra firme de entre los que reflejaba su mapa.
Ellos pensaban que en la isla elefante habría multitud de esos animales con trompa a los que tirarles piedras y con los que hacer un buen estofado. Pues no, sólo había más focas como las que ya habían utilizado durante meses para alimentarse. Estaban de las focas hasta los mismisimos.
Así que entre el frío, la simplicidad de la dieta, el aburrimiento y la castidad sexual (quitando algún que otro arrumaco entre compis al ritmo de In the Navy, esos fornidos marineros no habían tocado pelo en medio año) no les quedaba otra para sobrevivir que moverse a la siguiente isla. Como un crucero por el caribe pero sin piñas coladas ni mulatas y con grasa de foca en su lugar uno de los botes partió hacia la isla de Georgia del Sur a otro porrón de millas de distancia dejando a 2/3 de los marineritos en tierra. En el interior de la barquita iban 5 de los tripulantes del Endurance y el propio Shackleton.
Después de una llegada parecida a la de los pobres subsaharianos a fuerteventura, con olas de hasta 100 metros (bueno quizá algo menos) y una tempestad que a punto estuvo de hundirles en multitud de ocasiones consiguieron establecer un campamento base en el Sur de la Isla en el que se quedarían 3 de los 6. Los otros 3, el capitán incluido, tenían todavía un viajecito estilo el que se hicieron los de Viven atravesando los andes. 30 kilómetros de montañas heladas cruzando la isla para llegar al puesto ballenero del norte. Ojo, que no era lo típico de pegarte la machada para llegar a unas tumbonas con sombrillita y una playita de puta madre, no, era atravesarte los alpes (o algo parecido) para llegar a una mierda de estación ballenera con más olor a prostíbulo que a chiringuito de Cádiz.
Al final, en un estado de semicongelación y con la mente má pa'llá que pa'cá llegaron hechos unos grunchis con barbotas y rastas a la puerta del noruego de turno.
"Buenas buen hombre, mire, es que soy Shackleton y... verá ... recuerda que hubo una expedición que salió hace un año aproximadamente hacia el polo... pues..."
Y claro el noruego al verles así (muy marineritos a lo Jean Paul Gaultier no parecían) a punto estuvo de decir: "Váyanse o llamo a la policía", pero claro, le entró el síndrome del buen samaritano (eso y que pensaba llevarse un pico del estado inglés como recompensa por la ayuda) y les acogió poniendo fin a su odisea.
Despues de esto viene el rescate de los que se habían quedado en el camino y el recuerdo del más intrépido viaje de todos los tiempos. Una auténtica aventura épica. Una maravilla de la lucha por la supervivencia y el triunfo de la voluntad humana.
Y nosotros creyendonos exploradores por ir a Punta Cana...

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